31 de mayo de 2010

Cien años de soledad

“Se entregaron a la idolatría de sus cuerpos, al descubrir que los tedios del amor tenían posibilidades inexploradas, mucho más ricas que las del deseo. Mientras él amasaba con claras de huevo los senos eréctiles de Amaranta Úrsula, o suavizaba con manteca de coco sus muslos elásticos y su vientre aduraznado, ella jugaba a las muñecas con la portentosa criatura de Aureliano, y le pintaba ojos de payaso con carmín de labios y bigotes de turco con carboncillo de las cejas, y le ponía corbatines de organza y sombreritos de papel plateado. Una noche se embadurnaron de pies a cabeza con melocotones en almíbar, se lamieron como perros y se amaron como locos en el piso del corredor, y fueron despertados por un torrente de hormigas carniceras que se disponían a devorarlos vivos.”

Gabriel García Márquez
Cien años de soledad

Imagen: Arco de histeria, de Louise Bourgeois

30 de mayo de 2010

Cae el sol

Perdóname. No volverá a ocurrir.
Ahora quisiera
meditar, recogerme, olvidar: ser
hoja de olvido y soledad.
Hubiera sido necesario el viento
que esparce las escamas del otoño
con rumor y color.
Hubiera sido necesario el viento.

Hablo con humildad,
con la desilusión, la gratitud
de quien vivió de la limosna de la vida.
Con la tristeza de quien busca
una pobre verdad en que apoyarse y descansar.
La limosna fue hermosa –seres, sueños, sucesos, amor-,
don gratuito, porque nada merecí.

¡Y la verdad! ¡Y la verdad!
Buscada a golpes, en los seres,
hiriéndolos e hiriéndome;
hurgada en las palabras;
cavada en lo profundo de los hechos
-mínimos, gigantescos, qué más da:
después de todo, nadie sabe
qué es lo pequeño y qué lo enorme;
grande puede llamarse a una cereza
(“hoy se caen solas las cerezas”,
me dijeron un día, y yo sé por qué fue),
pequeño puede ser un monte,
el universo y el amor.

Se me ha olvidado algo
que había sucedido.
Algo de lo que yo me arrepentía
o, tal vez, me jactaba.
Algo que debió ser de otra manera.
Algo que era importante
porque pertenecía a mi vida: era mi vida.
(Perdóname si considero importante mi vida:
es todo lo que tengo, lo que tuve;
hace ya mucho tiempo, yo la habría vivido
a oscuras, sin lengua, sin oídos, sin manos,
colgado en el vacío,
sin esperanza.)

Pero se me ha borrado
la historia (la nostalgia)
y no tengo proyectos
para mañana, ni siquiera creo
que exista ese mañana (la esperanza).
Ando por el presente
y no vivo el presente
(la plenitud en el dolor y la alegría).
Parezco un desterrado
que ha olvidado hasta el nombre de su patria,
su situación precisa, los caminos
que conducen a ella.
Perdóname que necesite
averiguar su sitio exacto.
Y cuando sepa dónde la perdí,
quiero ofrecerte mi destierro, lo que vale
tanto como la vida para mí, que es su sentido.
Y entonces, triste, pero firme,
perdóname, te ofreceré una vida
ya sin demonio ni alucinaciones.

José Hierro
Libro de las alucinaciones

29 de mayo de 2010

La tregua

“El tiempo se va. A veces pienso que tendría que vivir apurado, que sacarle el máximo partido a estos años que quedan. Hoy en día, cualquiera puede decirme, después de escudriñar mis arrugas: «Pero si usted todavía es un hombre joven». Todavía. ¿Cuántos años me quedan de ese «todavía»? Lo pienso y me entra el apuro, tengo la angustiante sensación de que la vida se me está escapando, como si mis venas se hubieran abierto y yo no pudiera detener mi sangre. Porque la vida es muchas cosas (trabajo, dinero, suerte, amistad, salud, complicaciones), pero nadie va a negarme que cuando pensamos en esa palabra Vida, cuando decimos, por ejemplo, «que nos aferramos a la vida», la estamos asimilando a otra palabra más concreta, más atractiva, más seguramente importante: la estamos asimilando al Placer. Pienso en el placer (cualquier forma de placer) y estoy seguro de que eso es vida. De ahí el apuro, el trágico apuro de estos cincuenta años que me pisan los talones. Aún me quedan, así lo espero, unos cuantos años de amistad, de pasable salud, de rutinarios afanes, de expectativa ante la suerte, pero ¿cuántos me quedan de placer? Tenía veinte años y era joven; tenía treinta años y era joven; tenía cuarenta años y era joven. Ahora tengo cincuenta años y soy «todavía joven». Todavía quiere decir: se termina.”

Mario Benedetti
La tregua

28 de mayo de 2010

Casida de la alta madrugada

Cuando te acuerdes de mi cuerpo
y no puedas dormir
y te levantes medio desnuda
y camines a tientas por tus habitaciones
borracha de estupor y de rabia

en algún lugar de la Tierra
yo andaré insomne por algún pasillo
careciendo de ti toda la noche
oyéndote ulular muy lejos y escribiendo
estos versos degenerados.

Félix Grande
Los rubáiyatas de Horacio Martín

27 de mayo de 2010

Crónicas de la América profunda

"Lo que me impresionó mientras le escuchaba hablar fue lo siguiente: Tom es tan inteligente como yo. En el instituto escribía mejor que yo y en aquella época decía a menudo que quería ser escritor, pintor, músico. ¿Qué fue de sus sueños? Estarán en el mismo lugar adonde van a parar los sueños de los niños que pertenecen a las familias de los trabajadores pobres. Los sueños se escapan por la misma puerta por la que nunca entra la oportunidad de una educación decente. Se desvanecen en rincones perdidos de lugares como Vietnam o por las polvorientas calles de Iraq. Desaparecen entre la ceremonia de graduación del instituto y la necesidad inmediata de ganarse la vida (los trabajadores blancos no viven de sus padres por mucho tiempo, sólo hasta que cumplen los 12 años). Esto te curte y acabas esperando en la sala de recursos humanos de Rubbermaid mientras rellenas una solicitud para trabajar extrayendo los carteles amarillos de CUIDADO: SUELO MOJADO de un molde caliente o durante el turno de noche metiendo cables eléctricos por las tuberías callejeras en una ciudad de hormigón sin ventanas. Y una vez que aceptas tu destino como ciudadano de esa ciudad nocturna, te vuelves aún más duro."


Joe Bageant
Crónicas de la América profunda

25 de mayo de 2010

Miles Gloriosus

“ARTOTROGO.- ¿Y qué voy a añadir yo que no conozcan el resto de los mortales? Sólo hay un único Pirgopolínices en la tierra por su valor, su apostura y sus hazañas. Además, todas las mujeres se deshacen de amor por ti. ¿Qué culpa tienes tú de estar tan bueno? Hoy, aquí mismo, hace un rato, me han preguntado algunas.

PIRGOPOLÍNICES.- ¿Aquí? ¿Hoy mismo? ¿Algunas de ésas? (Señala al público femenino) ¿Y qué te han dicho?

(Las tres mujeres se acercan a Artotrogo para representar lo que éste dice)

A.- Unas decían:
MUJER 1.- “¿No es ése Aquiles?”
A.- “Digamos que es su hermano”, le contesté yo. Otras suspiraban.
MUJERES 2 y 3.- ¡Aaaay!
A.- Todas coincidían en decir:
MUJERES 1, 2 y 3.- “¡Que guapo es y qué envidia de pelo!”
A.- Todas quieren un hijo tuyo.
P.- ¡Eso te decían!
A.- Sí. ¿Te creerás que me pidieron que te paseara por aquí como si de un desfile se tratara?
P.- ¡Como si de un desfile se tratara! Es que eso de ser tan guapo es una desgracia como otra cualquiera.
A.- Que me lo digan a mí: todo el día revoloteando a mi alrededor, suplicándome verte, pidiéndome que te lleve con ellas.
P.- Pues hoy se van a quedar con las ganas. Me lo temo. Ya va siendo hora de cuidar mis asuntos. He decidido dedicarle al rey Seleuco todo el día de hoy. (Las mujeres se retiran contrariadas) Reclutaremos a las tropas que él nos mandó alistar. ¡Escolta, seguidnos! (Tras la orden, parte con aire marcial)
A.- (Mira por si ve esa “escolta fantasma” y sale corriendo tras el militar) ¡Ea, vámonos!”

Plauto
Miles Gloriosus. El soldado fanfarrón

24 de mayo de 2010

El Gatopardo

“Estaba haciendo el balance de pérdidas y ganancias de su vida, trataba de extraer de la inmensa montaña de cenizas del pasivo las diminutas briznas de oro de los momentos felices. Eran éstos: las dos semanas previas a su casamiento, las seis siguientes; media hora cuando nació Paolo y se sintió orgulloso por haber añadido una ramita al árbol de la Casa de los Salina. (Ahora sabía que el orgullo había sido injustificado, pero no por ello la emoción había dejado de ser auténtica): ciertas conversaciones con Giovanni antes de que éste se marchase, ciertos monólogos, a decir verdad, durante los cuales la había parecido percibir una afinidad espiritual entre ellos; muchas horas en el observatorio, entregadas a la abstracción de los cálculos y a la persecución de lo inalcanzable; pero ¿realmente podía incluir esas horas en el activo de su vida? ¿No eran acaso una dádiva anticipada de la bienaventuranza de la muerte? Pero lo importante era que hubiesen existido.

En la calle, entre el hotel y el mar, un organillo se detuvo y empezó a tocar con la ávida esperanza de conmover a unos forasteros que en aquella estación brillaban por su ausencia. Molía Tu che a Dios spiegasti l’ale; lo que quedaba de don Fabrizio pensó en cuántas agonías en Italia estarían absorbiendo en ese momento la hiel de aquellas músicas mecánicas. Tancredi, intuitivo como siempre, corrió al balcón, arrojó una moneda e indicó que callaran. El silencio de fuera volvió a ser total, el estruendo interior se volvió aún más intenso.

Tancredi. Sin duda, gran parte del activo procedía de él: su comprensión, tanto más valiosa cuánto irónica; el placer estético de ver cómo se iba abriendo pasa entre las dificultades; el afecto burlón, como debe ser; después, los perros: Fufi, la gorda mops de su infancia; Tom, el impetuoso perro lanudo, confidente y amigo; los mansos ojos de Svelto; la encantadora estupidez de Bendicò; las suaves patas de Pop, el pointer que en aquel momento lo buscaba bajo los arbustos y poltronas de Villa Salina, y que jamás lo encontraría; algunos caballos, pero éstos ya más ajenos y distantes. También estaban las primeras horas de sus regresos a Donnafugata, el sentido de la tradición y lo perenne expresado en la piedra y en el agua, el tiempo congelado; los alegres escopetazos disparados durante algunas cacerías, la afectuosa matanza de conejos y perdices, la risa compartida ciertas veces con Tumeo, algunos minutos de contrición en el convento entre el olor a moho y confituras. ¿Algo más todavía? Sí, pero ya eran pepitas mezcladas con tierra: los momentos de satisfacción por haber sabido dar respuestas tajantes a los necios, el placer que había sentido al advertir que en la belleza y el carácter de Concetta se perpetuaba la estirpe de los Salina; algunos momentos de entusiasmo amoroso; la sorpresa de recibir la carta de Arago en la éste lo felicitaba espontáneamente por la exactitud de los arduos cálculos relativos al cometa Huxley. Y ¿por qué no?, la emoción que no había podido ocultar cuando le entregaron la medalla en la Soborna, el tacto delicado de ciertas sedas de corbatas, el olor de algunos cueros repujados, el aspecto risueño, el aspecto voluptuoso de algunas mujeres encontradas en la calle: la que ayer mismo había entrevisto en la estación de Catania, mezclada entre la muchedumbre, con su vestido de viaje marrón y los guantes de gamuza, que por un momento había parecido buscar su rostro destruido, desde el exterior de aquel compartimento lleno de suciedad. ¡Qué griterío el de la gente! “¡Bocadillos!” “Il Corriere dell’Isola” Y luego el jadeo del tren hasta extenuarse… Y el sol atroz a la llegada, las sonrisas embusteras, la eclosión de la catarata…

Mientras la sombra iba envolviéndolo se puso a calcular cuánto tiempo había vivido en realidad; su cerebro ya era incapaz de resolver un cálculo tan sencillo: tres meses, veinte días, seis meses en total, seis por ocho ochenta y cuatro…, cuarenta y dos… Se reanimó. “Tengo setenta y tres años, aproximadamente habré vivido, vivido, un total de dos… a lo sumo tres años.” ¿Cuántos habían sido los años de dolor, de tedio? El cálculo era fácil; todo el resto: setenta años. La raíz cúbica de ochocientos cuarenta mil… Sintió que su mano ya no apretaba la de otros. Tancredi se levantó rápidamente y abandonó la habitación… Y ya no era un río lo que salía de él, sino un océano, tempestuoso.”


Giuseppe Tomasi di Lampedusa
El gatopardo

22 de mayo de 2010

El perro de los Baskerville

“—Está la muerte de sir Charles.
—A quien se encontró sin señal alguna que sirviera para indicar de qué había muerto. Usted y yo sabemos que murió de espanto y cuál fue el objeto que lo causó, pero, ¿cómo habríamos de convencer al Jurado? ¿Qué pruebas hay de que existió el perro? ¿Dónde están las marcas de los colmillos? Aunque es bien sabido que el perro no muerde a un cadáver, y que sir Charles murió antes de que el animal le alcanzasé, nada de eso podemos probar. No, amigo mío, es inútil; por ahora tenemos que resignarnos, porque no es posible presentar una acusación en toda regla. Hay que esperar un poco.”

Sir Arthur Conan Doyle
El perro de los Baskerville

21 de mayo de 2010

Cien años de soledad

“Recordando estas cosas mientras alistaban el baúl de José Arcadio, Úrsula se preguntaba si no era preferible acostarse de una vez en la sepultura y que le echaran la tierra encima, y le preguntaba a Dios, sin miedo, si de verdad creía que la gente estaba hecha de fierro para soportar tantas penas y mortificaciones; y preguntado y preguntado iba atizando su propia ofuscación, y sentía unos irreprimibles deseos de soltarse a despotricar como un forastero, y de permitirse por fin un instante de rebeldía, el instante tantas veces anhelado y tantas veces aplazado de meterse la resignación por el fundamento y cagarse de una vez en todo, y sacarse del corazón los infinitos montones de malas palabras que había tenido que atragantarse en todo un siglo de conformidad.

—¡Carajo! —gritó.

Amaranta, que empezaba a meter la ropa en el baúl, creyó que le había picado un alacrán.

—¿Dónde está? —preguntó Amaranta.

—¿Qué?

—¡El animal! —aclaró Amaranta.

Úrsula se puso un dedo en el corazón.

—Aquí —dijo.”

Gabriel García Márquez
Cien años de soledad

20 de mayo de 2010

Canción del esposo soldado

He poblado tu vientre de amor y sementera,
he prolongado el eco de sangre a que respondo
y espero sobre el surco como el arado espera:
he llegado hasta el fondo.

Morena de altas torres, alta luz y ojos altos,
esposa de mi piel, gran trago de mi vida,
tus pechos locos crecen hacia mí dando santos
de cierva concebida.

Ya me parece que eres un cristal delicado,
temo que te rompas al más leve tropiezo,
y a reforzar tus venas con mi piel de soldado
fuera como el cerezo.

Espejo de mi carne, sustento de mis alas,
te doy vida en la muerte que me dan y no tomo.
Mujer, mujer, te quiero cercado por las balas,
ansiado por el plomo.

Sobre los ataúdes feroces en acecho,
sobre los mismo muertos sin remedio y sin fosa
te quiero, y te quisiera besar con todo el pecho
hasta en el polvo, esposa.

Cuando junto a los campos de combate te piensa
mi frente que no enfría ni aplaca tu figura,
te acercas hacia mí como una boca inmensa
de hambrienta dentadura.

Escríbeme a la lucha, siénteme en la trinchera:
aquí con el fusil tu nombre evoco y fijo,
y defiendo tu vientre de pobre que me espera,
y defiendo tu hijo.

Nacerá nuestro hijo con el puño cerrado,
envuelto en un clamor de victoria y guitarras,
y dejaré a tu puerta mi vida de soldado
sin colmillos ni garras.

Es preciso matar para seguir viviendo.
Un día iré a la sombra de tu pelo lejano,
y dormiré en la sábana de almidón y de estruendo
cosida por tu mano.

Tus piernas implacables al parto van derechas,
y tu implacable boca de labios indomables,
y ante mi soledad de explosiones y brechas
recorres un camino de besos implacables.

Para el hijo será la paz que estoy forjando.
Y al fin en un océano de irremediables huesos
tu corazón y el mío naufragarán, quedando
una mujer y un hombre gastados por los besos.


Miguel Hernández
Viento del pueblo

19 de mayo de 2010

La vida es sueño

“Segismundo - ¡Ay, mísero de mí, ay infelice!
Apurar, cielos, pretendo,
ya que me tratáis así,
qué delito cometí
contra vosotros, naciendo.
Aunque si nací, ya entiendo
qué delito he cometido:
bastante causa ha tenido
vuestra justicia y rigor,
pues el delito mayor
del hombre es haber nacido.
Sólo quisiera saber
para apurar mis desvelos
dejando a una parte, cielos,
el delito del nacer,
qué más os pude ofender
para castigarme más.
¿No nacieron los demás?
Pues si los demás nacieron,
¿qué privilegios tuvieron
que no yo gocé jamás?
Nace el ave, y con las galas
que le dan belleza suma,
apenas es flor de pluma
o ramillete con alas,
cuando las etéreas salas
corta con velocidad,
negándose a la piedad
del nido que dejan en calma;
¿y teniendo yo más alma,
tengo menos libertad?
Nace el bruto, y con la piel
que dibujan manchas bellas,
apenas signo es de estrellas,
gracias al docto pincel,
cuando atrevida y cruel
la humana necesidad
le enseña a tener crueldad,
monstruo de su laberinto;
¿y yo, con mejor instinto,
tengo menos libertad?
Nace el pez, que no respira,
aborto de ovas y lamas,
y apenas, bajel de escamas,
sobre las ondas se mira,
cuando a todas partes gira,
midiendo la inmensidad
de tanta capacidad
como le da el centro frío;
¿y yo, con más albedrío,
tengo menos libertad?
Nace el arroyo, culebra
que entre flores se desata,
y apenas, sierpe de plata,
entre las flores se quiebra,
cuando músico celebra
de los cielos la piedad,
que le dan la majestad
del campo abierto a su ida;
¿y teniendo yo más vida,
tengo menos libertad?
En llegando a esta pasión,
un volcán, un Etna hecho,
quisiera sacar del pecho
pedazos del corazón.
¿Qué ley, justicia o razón
negar a los hombres sabe
privilegios tan suave
excepción tan principal,
que Dios le ha dado a un cristal,
a un pez, a un bruto y a un ave? "


Calderón de la Barca
La vida es sueño

18 de mayo de 2010

Algún amor que no mate

“Es raro cómo cambian las cosas después del matrimonio. Y a Prudencia le extraña. Recuerda que, cuando eran novios, su marido estaba muy pendiente de ella, le hacía regalos, le mandaba flores y la llamaba por teléfono todo el rato. Después que se casaron, él perdió el interés. Y ella se quejaba a sus amigas. Lloraba y les decía que ya no la quería.

No fue un cambio repentino. Estaban muy enamorados cuando se casaron. El caso es que Prudencia anduvo mucho tiempo dándole vueltas y no encontró ninguna explicación.

No entendía por qué su marido empezó a ponerse arisco con ella. Un día Prudencia le pidió una caricia. ¡Ay hija, qué pesada eres!, le dijo; y le dio un beso en la mano, como a un obispo. Tampoco sabía por qué dejó de sacarla de paseo por las tardes y se iba con los amigos a jugar al mus. La pobre, si le decía que le apetecía salir, él le preguntaba si no tenía cosas que hacer en casa. Su marido empezó a tomar decisiones sin contar con ella y Prudencia empezó a sufrir. Prudencia aprendió a esperar, y su marido aprendió a hacerla esperar. Un día no la llamaba para decir que no iría a cenar, otro se olvidaba de su aniversario. Ella se ponía muy triste y él le decía que no era para tanto.

Prudencia estaba que daba lástima, la pobre, y mi prima intentaba consolarla diciéndole que los hombres son todos así, raritos, y que cuando se casan se creen que han firmado un contrato de compra-venta y que ya son dueños de la mujer y no tienen que preocuparse de más.

En el fondo, mi prima y las amigas disfrutaban mucho viendo a Prudencia perder la cara de contenta que tenía cuando se casó, eso les hacía sentirse mejor, por comparación, no porque ellas fueran más felices, sino porque eran un poco menos desgraciadas que Prudencia.”

Dulce Chacón
Algún amor que no mate

16 de mayo de 2010

Riki-Baka

“Se llamaba Riki, que significa “fuerza-”, pero la gente lo llamaba Riki el Simple, o Riki el Tonto —“Riki-Baka”— porque su vida transcurría en una infancia perpetua. Por esa misma razón lo trataban con amabilidad, aun cuando hubiera incendiado una casa acercando un fósforo encendido a un mosquitero, aplaudiendo de alegría al ver el resplandor de las llamas. A los dieciséis años era un mozo alto y fornido, pero su mente siempre conservó la feliz edad de dos años, y por tanto Riki seguía jugando con los pequeños. Los niños más grandes de la vecindad, de cuatro a seis años, no jugaban con él, porque Riki no podía aprender sus juegos ni sus canciones. Su juguete favorito era una escoba, a la que montaba como un caballito; y se pasaba las horas con su escoba, subiendo y bajando la cuesta que hay frente a mi casa, con asombrosas carcajadas. Pero al fin el ruido que causaba comenzó a molestarme, y tuve que decirle que fuera a jugar a otro sitio. Se inclinó con docilidad y se alejó, arrastrando la escoba con pesadumbre. Era muy amable y absolutamente inofensivo (siempre que no le dieran la oportunidad de jugar con fuego), y rara vez daba motivo de queja. Se relacionaba con la vida de nuestra calle en forma tan anónima como un pollo o un perro; cuando desapareció, no llegué a extrañarlo. Pasaron meses antes de que llegara a acordarme de Riki.

—¿Qué le ocurrió a Riki? —le pregunté entonces al viejo leñador que provee de combustible a nuestra vecindad, pues recordé que Riki solía ayudarlo a llevar los haces de leña.

—¿Riki-Baka? —respondió el viejo—. Ah, Riki murió, pobrecito… Sí, murió hace cosa de un año, inesperadamente; los médicos dijeron que tenía una enfermedad en el cerebro. Y hay una extraña historia con respecto a Riki.

“Cuando Riki murió, la madre escribió su nombre, ‘Riki-Baka’, en la palma de su mano izquierda, poniendo ‘Riki’ en escritura china, y ‘Baka’ en kana. Y repitió muchas plegarias por él, pidiendo que renaciera con una condición más feliz.

”Ahora bien, hace cosa de tres meses, en la honorable residencia de Nanigashi-Sama, en Kōjimachi, nació un niño con caracteres en la palma de la mano izquierda; y los caracteres decían, con toda claridad, ‘Riki-Baka’.

”De modo que la gente de la casa pensó que ese nacimiento debía obedecer a la plegaria de alguien, y se hicieron indagaciones por todas partes. Al fin, un verdulero les confió que solía haber un muchacho tonto, llamado Riki-Baka, en el barrio de Ushigomé, y que había muerto en el último otoño; enviaron, pues, dos sirvientes en busca de la madre de Riki.

”Los sirvientes la encontraron y le dijeron lo que había ocurrido; y ella se alegró mucho, pues la casa Nanigashi es muy rica y famosa. Pero los sirvientes le contaron que la familia de Nanigashi-Sama estaba furiosa por la palabra ‘Baka’ inscrita en la mano del niño.

”—¿Dónde está enterrado Riki? —preguntaron los sirvientes.

”—En el cementerio de Zendōji —les dijo ella.

”—Por favor —le pidieron los sirvientes—, danos un poco de barro de su tumba.

”Ella entonces los condujo al templo Zendōji, y les mostró el sepulcro de Riki, y ellos se llevaron un poco de barro de la tumba envuelto en un furoshiki. A la madre de Riki le dieron algún dinero… diez yenes”.


—Pero, ¿para qué querían el barro? —pregunté.

—Bueno —dijo el viejo—, imagínese que no convenía que el niño creciera con ese nombre en la mano. Y no hay otra manera de borrar los caracteres inscritos por ese medio en el cuerpo de un niño: hay que frotar la piel con barro tomado de la tumba del cadáver de la existencia anterior…”.

Lafcadio Hearn
Kwaidan

15 de mayo de 2010

Música callada


Madera de temblor, sonando en cada veta
fresca, de ocre dorado,
en cada nudo vivo, cerca al tabaco mate,
con su prudencia rumorosa, dando
un toque de aire puro. Y estoy dentro
de esa música, de ese
viento, de esa alta marea
que es recuerdo y festejo,
y conmiseración. Rumor de pasos,
con sigilo sorprendente ahora
en las estría de este suelo, nunca
ciego, de castaño.
Y oigo de mil maneras
y con mil voces lo que no se escucha.
Lo que el hombre no oye. Y toco el quicio
muy secreto del aire, y va creciendo
la armonía, junto con su dolor.
Y oigo la piedra, su erosión, su cántico
interior, sin golondrinas
desdeñosas, sin nidos,
porque el nido está dentro, en el granito,
y ahí calienta, y alumbra, hoy en junio,
la cal viva.
Perdona mi ligera
traición de hace dos meses, pero te quiero, ven,
ven tú, ven tú,
y oye conmigo cómo crece el fruto,
porque sin ti no sé,
porque sin ti no amo. Tú ven, ven, oye conmigo
oye la silenciosa
reproducción del polen, el embrión
audaz de la semilla, su germinación,
la flor crecida entre aventura hermosa,
abriéndose hacia el fruto. Pero el fruto
es soledad, vacila, se protege;
con su aceite interior teje su canto
delicado, y de su halo
hace piel o hace cáscara.
Hace distancia que es sonido. ¡Cómo
suenan la almendra, la manzana, el trigo!

El sonido callado. Oigo las calles
generosas e injustas de mi pueblo
como en mi infancia,
en esta fiesta de tus labios, de
tu carne que es susurro y es cadencia
desde las uñas de los pies, sonando a marejada,
hasta el pelo algo gris, como el rumor del agua
quieta
o el de los chopos al atardecer.

No sólo estamos asombrados, mudos, casi ciegos
frente a tanto misterio, sino sordos.
Qué vena tan querida,
tan generosa y cruel con su latido.

¿Qué más? ¿Qué más? ¿Es que oiremos tan sólo,
después de tanto amor y tanto fracaso
la música de la sombra y el sonido del sueño?

Claudio Rodríguez
El vuelo de la celebración

Imagen: Terapia natural,  de Ángel Fernández Ujaque.

14 de mayo de 2010

Zurita

“¡Dios mío, qué asco da todo esto! —pensaba Zurita, el eterno estudiante, que había nacido para amarlo y admirarlo todo, y que se veía catedrático de cosas que ya no amaba, ni admiraba, ni creía.

«¡Todo extremo, todo insensatez! En los Ateneos, mozalbetes que reniegan de lo que no han estudiado, audaces lampiños que se burlan de la conciencia, de la libertad humana; que manifiestan un rencor personalísimo a Su Divina Majestad, como si fuesen quisquillas de familia… y ante el Gobierno, esos mismos jóvenes, ya creciditos, u otros parecidos, quemando incienso ante la ciencia trasnochada del programa oficial… ¡qué asco, señor, qué asco!

Ni aquello es ciencia todavía, ni esto es ciencia ya, y aquí y allá, ¡con qué valentía se predica todo! Es que los opositores y los ateneístas no son completamente honrados; no lo son… porque aseguran lo que no saben, sostienen lo que no sienten.»”

Leopoldo Alas, “Clarín”
Zurita

13 de mayo de 2010

Advertencia


Si alguna vez sufres —y lo harás—
por alguien que te amó y que te abandona,
no le guardes rencor ni le perdones:
deforma su memoria el rencoroso
y en amor el perdón es sólo una palabra
que no se aviene nunca a un sentimiento.
Soporta tu dolor en soledad,
porque el merecimiento aun de la adversidad mayor
está justificado si fuiste
desleal a tu conciencia, no apostando
sólo por el amor que te entregaba
su esplendor inocente, sus intocados mundos.

Así que cuando sufras —y lo harás—
por alguien que te amó, procura siempre
acusarte a ti mismo de su olvido
porque fuiste cobarde o quizá fuiste ingrato.
Y aprende que la vida tiene un precio
que no puedes pagar continuamente.
Y aprende dignidad en tu derrota,
agradeciendo a quien te quiso
el regalo fugaz de su hermosura.

Felipe Benítez Reyes
Los vanos mundos

Imagen: Never trust anyone over thirty, de Anya Janssen.

12 de mayo de 2010

Las partículas elementales

“—No he tenido una vida feliz —dijo Annabelle—. Creo que le concedía demasiada importancia al amor. Me entregaba con demasiada facilidad, los hombres me dejaban tirada en cuanto conseguían lo que querían, y yo lo pasaba mal. Los hombres no hacen el amor porque estén enamorados, sino porque están excitados; me hicieron falta años para comprender un hecho tan obvio y tan simple. Toda la gente que me rodeaba vivía así, me movía en un medio liberado; pero no sentía el menor placer provocando o seduciendo. Hasta la sexualidad terminó asqueándome; ya no soportaba sus sonrisas de triunfo cuando me quitaba el vestido, sus caras de idiota cuando se corrían, y menos aún sus groserías una vez acabado el acto. Eran despreciables, pusilánimes y pretenciosos. Al final resulta penoso que te consideren ganado intercambiable, aunque a mí me considerasen una buena pieza por ser estéticamente irreprochable y se sintieran orgullosos de llevarme a un restaurante. Sólo una vez creía que la cosa iba en serio y me fui a vivir con un tipo. Era actor, tenía un físico interesante, pero no conseguía abrirse camino; y era sobre todo yo la que pagaba las facturas del apartamento. Vivimos dos años juntos, me quedé embarazada. Él me pidió que abortara. Lo hice, pero al volver del hospital supe que se había acabado todo. Me separé de él esa misma noche y me instalé durante cierto tiempo en un hotel. Tenía treinta años, era mi segundo aborto y estaba completamente harta. Era en 1988, todo el mundo empezaba a ser consciente de los peligros del sida; yo lo viví como una liberación. Me había acostado con docenas de hombres y ninguno merecía que lo recordase. Hoy pensamos que hay una época de la vida en la que uno sale y se divierte; después aparece la imagen de la muerte. Todos los hombres que he conocido tenían terror a envejecer, no paraban de pensar en su edad. Esa obsesión por la edad empieza muy pronto, la he visto en gente de veinticinco años, y luego no hace más que empeorar. Decidí parar, dejar el juego. Llevo una vida tranquila, sin alegría. Por las noches leo, me hago infusiones, bebidas calientes. Todos los fines de semana voy a casa de mis padres, paso mucho tiempo con mi sobrino y mis sobrinas. Cierto que necesito un hombre, que a veces tengo miedo de noche y que me cuesta trabajo dormirme. Están los tranquilizantes, los somníferos; pero eso no basta del todo. En realidad, me gustaría que la vida pasara muy deprisa.”

Michel Houellebecq
Las partículas elementales

11 de mayo de 2010

La familia de Pascual Duarte

“Se mata sin pensar, bien probado lo tengo, a veces, sin querer. Se odia, se odia intensamente, ferozmente, y se abre la navaja, y con ella bien abierta se llega, descalzo, hasta la cama donde duerme el enemigo. Es de noche, pero por la ventana entra el claror de la luna, se ve bien. Sobre la cama está echado el muerto, el que va a ser muerto. Uno lo mira; lo oye respirar; no se mueve, está quieto como si nada fuese a pasar.”

Camilo José Cela
La familia de Pascual Duarte

10 de mayo de 2010

Grandes esperanzas

“Nunca debemos avergonzarnos de nuestras lágrimas, porque son la lluvia que limpia el polvo cegador de la tierra que a veces cubre y mancilla nuestro endurecido corazón. Después de haber llorado me sentí mejor, aunque más apenado y consciente de mi ingratitud. Si hubiese llorado antes, Joe sin duda se habría hallado a mi lado.”


Charles Dickens
Grandes esperanzas

9 de mayo de 2010

La divina comedia

“(…) y como quien sueña en su desgracia, que aun soñando desea soñar, y anhela ardientemente que sea sueño lo que ya lo es, así estaba yo, sin poder proferir una palabra, por más que quisiera excusarme; y a pesar de que con el silencio me excusaba, no creía hacerlo así.”

Dante Alighieri
La divina comedia

Imagen: ilustración de Miquel Barceló para La divina comedia.

8 de mayo de 2010

Madame Bovary

“En cuanto a Emma, no se analizaba en modo alguno para saber si estaba enamorada de él. El amor, creía, tenía que llegar de súbito, con grandes estallidos y relampagueos, huracán del cielo que cae sobre la vida, la trastorna, arranca las voluntades como hojas y arrastra hacia el abismo el alma entera. Ignoraba que, en los terrados de las casas, la lluvia acaba por formar lagos si los desagües están obstruidos, y, en consecuencia, hubiera permanecido en aquella su seguridad, de no haber descubierto súbitamente una grieta en el muro.”


Gustave Flaubert
Madame Bovary

7 de mayo de 2010

Como el son de las hojas del álamo

El dolor verdadero no hace ruido.
Deja un susurro como el de las hojas
del álamo mecidas por el viento,
un rumor entrañable, de tan honda
vibración, tan sensible al menor roce,
que puede hacerse soledad, discordia,
injusticia o despecho. Estoy oyendo
su murmurado son que no alborota
sino que da armonía, tan buido
y sutil, tan timbrado de espaciosa
serenidad, en medio de esta tarde,
que casi es ya cordura dolorosa,
pura resignación. Traición que vino
de un ruin consejo de la seca boca
de la envidia. Es lo mismo. Estoy oyendo
lo que me obliga y me enriquece a costa
de heridas que aún supuran. Dolor que oigo
muy recogidamente como a fronda
mecida sin buscar señas, palabras
o significación. Música sola,
sin enigmas, son solo que traspasa
mi corazón, dolor que es mi victoria.


Claudio Rodríguez
Alianza y condena

http://www.youtube.com/watch?v=hUJagb7hL0E

6 de mayo de 2010

Lo que el viento se llevó

“No, no creas que te voy a besar. Aunque necesitas desesperadamente que te besen. Eso es lo que te pasa. Tendrían que besarte a menudo, y alguien que sepa hacerlo.”

Clark Gable en el papel de Rhett Butler en Lo que el viento se llevó (guión de Sidney Howard)

5 de mayo de 2010

El camino

“-Mochuelo, ¿es posible que si cae una estrella de ésas no llegue nunca al fondo?
Daniel, el Mochuelo, miró a su amigo, sin comprenderle.
-No sé lo que me quieres decir – respondió.
El Moñigo luchaba con su deficiencia de expresión. Accionó repetidamente con las manos, y, al fin, dijo:
-Las estrellas están en el aire, ¿no es eso?
-Eso.
-Y la Tierra está en el aire como otra estrella, ¿verdad? – añadió.
-Sí; al menos eso dice el maestro.
-Bueno, pues es lo que te digo. Si una estrella se cae y no choca con la Tierra ni con otra estrella, ¿no llega nunca al fondo? ¿Es que ese aire que las rodea no se acaba nunca?
Daniel, el Mochuelo, se quedó pensativo un instante. Empezaba a dominarle también a él un indefinible desasosiego cósmico. La voz surgió de su garganta indecisa y aguda como un lamento.
-Moñigo.
-¿Qué?
-No me hagas esas preguntas; me mareo.
-¿Te mareas o te asustas?
-Puede que las dos cosas – admitió.
Rió, entrecortadamente, el Moñigo.
-Voy a decirte una cosa –dijo luego.
-¿Qué?
-También a mí me dan miedo las estrellas y todas esas cosas que no se abarcan o no se acaban nunca. Pero no se lo digas a nadie, ¿oyes? Por nada del mundo querría que se enterase de ello mi hermana Sara.”


Miguel Delibes
El camino

4 de mayo de 2010

La muerte en Venecia

“Nada hay más extraño ni más delicado que la relación entre personas que solo se conocen de vista, que se encuentran y se observan cada día, a todas horas y, no obstante, se ven obligados, ya sea por convencionalismo social o por capricho propio, a fingir una indiferente extrañeza y a no intercambiar saludo ni palabra alguna. Entre ellas va surgiendo una curiosidad sobreexcitada e inquieta, la histeria resultante de una necesidad de conocimiento y comunicación insatisfecha y anormalmente reprimida, y, sobre todo, una especie de tenso respeto. Pues el hombre ama y respeta al hombre mientras no se halle en condiciones de juzgarlo, y el deseo vehemente es el resultado de un conocimiento imperfecto”.



Thomas Mann
La muerte en Venecia

3 de mayo de 2010

Instrucciones para entender tres pinturas famosas

“Lo que esta mujer sostiene en sus manos es la copa misteriosa de la que hemos bebido sin saber, la sed que hemos calmado por otras bocas, el vino rojo y lechoso de donde salen las estrellas, los gusanos y las estaciones ferroviarias.”

Julio Cortázar
Historias de cronopios y de famas

Imagen: Dama con unicornio, de Rafael, pintura a la que hace referencia el texto.

2 de mayo de 2010

Anna Karénina



“—No ha prometido usted nada, lo reconozco. Pero ya sabe que no es su amistad lo que pretendo. Sabe que la felicidad de toda mi vida se encierra en esa palabra que usted rechaza: el amor.

—El amor… —repitió ella lentamente, en voz muy baja, como hablando consigo misma. Y luego, mirándole bien de frente—: Rechazo esta palabra porque para mí tiene un sentido mucho más grave y más profundo de lo que usted puede imaginar. Adiós.

Le dio un rápido apretón de manos y subió a su coche.

Vronski se sintió inmensamente feliz. Besó la palma de su mano, que había estado en contacto con la de Anna, y se fue hacia su casa con la dulce certidumbre de que aquel día había avanzado, más que en todo el tiempo precedente, hacia la realización de su deseo.”


León Tolstói
Anna Karénina

1 de mayo de 2010

1

La gente olfatea:
huele a chamusquina.
Enviaron a unos:
¡Fulgentes!
¡Con cascos!
—¡Atrás, botazas!
Digan a los bomberos
que al corazón ardiente se sube con caricias.

Yo mismo
rodaré, como barricas, los ojos de lágrimas.
Dejen que me apoye en las costillas.
¡Saldré! ¡Saldré! ¡Saldré! ¡Saldré!
Se derrumbaron.

¡Es imposible salir del corazón!


Vladimir Mayakovski
La nube en pantalones

Imagen: fotograma de El acorazado Potemkin.

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